domingo, 25 de febrero de 2007

EN PLENA COMUNIÓN CON LA IGLESIA


Abordaremos un tema que cobra cada vez mayor actualidad en medio de esta sociedad post-moderna que vive el cristianismo como si sólo fuera un barniz exterior, con el cual se pude hacer algún tipo de trato para dar realce a algunas celebraciones (los bautismos y las bodas) o para de vez en cuando ir a despedir a una familiar o algún amigo (funerales) o simplemente para ir a visitar sus templos como si fueran museos o se han vuelto espectaculares saleas de banquetes, como sucede con muchas capillas de antiguos monasterio que han caído en manos de “particulares”; en fin, todos conocemos de sobra lo que pasa en nuestro tiempo.

Adentrémonos en el canon 205. Os invito a leer el texto muy despacio, veréis como afloran inmediatamente los temas de los que hablaremos hoy: “Se encuentran en plena comunión con la Iglesia Católica, en esta tierra, los bautizados que se unen a Cristo dentro de la estructura visible de aquélla, es decir, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico”.

Lo primero que salta ala vista son dos palabras que hay que entender muy bien PLENA COMUNIÓN, son ellas la clave de interpretación de todo el texto del canon. Muchos ya se preguntarán ¿qué significa estar en plena comunión? Plena, completa, llena; lo contrario de parcial, incompleto, vacío. La unión con Cristo exige que nuestra vinculación con su cuerpo sea de esta manera. No se puede estar dividido o tener reservas. En este punto si que no hay término medio, o se es o no se es. La comunión ha sido muy mal entendida, sobre todo después del Concilio. La comunión en la Iglesia va mucho más allá que una simple adhesión afectiva, al contrario, involucra todo nuestro ser, intelecto y voluntad. Estos tres elementos debes coincidir unánimes en la unión que es común unión. Así lo ha querido Dios, que caminásemos unidos en un “pueblo”, no separadamente, cada uno por su lado buscándose la vida, sino pensó en la Iglesia como una unión de personas concretas, servidas por al jerarquía y alimentada por los dones sagrados del Espíritu Santo.

Algunos pensarán que está íntima unión debe ser con Cristo y no con un instrumento tan frágil como lo es la Iglesia. Pero San Agustín nos ayuda a clarificar este concepto cuando dice “…la Iglesia nada puede hacer sin Cristo, pero Cristo nada quiere hacer sin su Iglesia”. Por tanto es voluntad divina que los cristianos expresen, por decirlo de alguna manera, su unión con la cabeza, a través de la “Iglesia católica, en esta tierra”. Es una Iglesia concreta, no es una idea abstracta, sino que está “en esta tierra”, a través de personas concretas, de instituciones concretas, en una palabra, que se puede ver, sentir y oír. No hay que olvidar que también existe la Iglesia del cielo, aquellos hermanos nuestros que nos han precedido en el “signo de la fe”.

Todo lo anterior ha enmarcado muy bien lo que viene a continuación, que puede sonar a algo organizativo: dirá el canon que se encuentran en plena comunión con la Iglesia católica, en esta tierra, “los bautizados”, por tanto, tenemos aquí ya el elemento constitutivo, lo que configura y da consistencia a la comunión eclesial: el sacramento del bautismo. Quiero que nos demos cuenta de una cosa muy importante, en canon no distingue en este momento los diferentes “modos” de ser en la Iglesia, es decir clérigos, laicos y religiosos, sino que se refiere a todos por igual. La exigencia de la comunión plena no es mayor para algunos y algo atenuada para otros. Por el bautismo todos estamos llamados a hacer unir nuestra inteligencia, voluntad y afectividad a Cristo, a través de una “estructura visible”.

Concluye el canon describiendo cuales son los elementos de esa “estructura visible antedicha.:El primero de ellos la PROFESIÓN DE FE, es vital para el cristiano la comunión en lo que cree y para ello la Iglesia a través del Romano Pontífice, le brinda un servicio de garantía, es decir, que la Iglesia, a través del papa y de los obispos, garantizan a cada cristiano de cualquier tiempo y de cualquier cultura, que lo que le ha enseñado a través de la instrucción catequética, es conforme a la verdad revelada por Dios en la Escritura. Los SACRAMENTOS. Signo visible de la unión con Dios, los sacramentos expresan la fe antedicha. Por tanto, no puede haber un católico que diga que vive la fe de la Iglesia expresada en la profesión de fe y que no viva los sacramentos. Es una contradicción “in términis” es decir en sí misma. Los sacramentos, y aclaro TODOS los sacramentos, son necesarios para la salvación. Por tanto no pueden surgir dudas sobre la necesidad de celebrar cada uno de ellos, en el momento conveniente y necesario. Y por último el RÉGIMEN ECLESIASTICO. Decía San Juan de la Cruz, “para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe”. Por eso la Iglesia es Madre y Maestra, decía Juan XXIII. SI vamos a donde no sabemos, necesitaremos a alguien que nos indique el camino. La iglesia nos presta este servicio a través de sus normas. Ella no quiere ser más que la concretización de la voluntad de Cristo, de conducir a todos al padre.

En conclusión. Un cristiano no puede vivir plenamente la comunión en la Iglesia cuando no se apoya en este trípode sobre la que se apoya. No son auténticas, por tanto, aquellas expresiones que se oyen con frecuencia: Cristo si la Iglesia no, o yo creo en Dios pero no los curas, o esta otra que es del todo inaceptable: yo soy cristiano, pero no practicante, es decir no voy a misa ni frecuento los demás sacramentos. Viviendo así nuestra la salud de nuestra vida interior corre serios riesgos. Cristo ha querido que vivamos unidos a la Iglesia, ya que ella es en el mundo “como un sacramento de salvación” (Lumen Gentium 1).