“La Iglesia vive de la Eucaristía” este sacramento, como dice el Concilio, es el centro y culmen de la vida cristiana, por ello a lo largo de los siglos ha tenido la máxima protección contra los posibles abusos que se han intentado introducir. No es nuevo el problema de con qué especie de pan puede celebrarse. Durante un buen tiempo en ciertos países latinoamericanos se celebraba la eucaristía con pan de maíz, argumentando que la cultura de la zona utilizaba más este tipo de alimento y así la liturgia se adaptaba más a la realidad de los pueblos. La Iglesia respondió con claridad, no es posible cambiar la composición de la especie eucarística. Pero no es una “intransigencia”, sino que responde a un hecho querido por el Señor que la Iglesia no se siente autorizada a modificar. En la última cena, el Señor tomó pan y no cualquiera, es el pan que Dios en el éxodo mandó a su pueblo que comiese, junto al cordero, para celebrar la Pascua, el memoria de la salida de Egipto. (Ex 12,8). En la noche del Jueves Santo, Jesús da este signo hebreo una nueva significación: este pan ya no será para vosotros el recuerdo de la salida de Egipto, este pan es mi cuerpo que se entrega por vosotros.
Como os podéis dar cuenta, no se trata sólo de un elemento sin importancia, que puede ser cambiado a nuestro antojo ni siquiera por graves razones como las que defiende la madre del niño de Huesca, que ha salido en los medios de comunicación a descalificar a la Iglesia de “intransigente” porque el párroco no pueda quitarle el gluten al pan para que su hijo celiaco pueda hacer la comunión bajo esta especie.
Para que el sacramento se realice válidamente se requiere que las especies tengan unas ciertas características recogidas en el canon 924 del Código de Derecho Canónico que dice:
924 §1 El sacrosanto Sacrificio eucarístico se DEBE ofrecer con PAN y VINO, al cual se ha de mezclar un poco de agua.
§2 El pan HA DE SER EXCLUSIVAMENTE de TRIGO y hecho recientemente, de manera que no haya ningún peligro de corrupción.
§3 El vino DEBE SER natural, del fruto de la vid y no corrompido.
Cuando una cosa cualquiera sufre una modificación, por pequeña que sea, deja de ser eso para convertirse en otra diferente, aunque se le parezca. Si al agua, elemento natural del que todos conocemos sus propiedades, le agrego azúcar, el agua deja de ser natural y aunque parezca la misma ya no lo es. Lo mismo sucede con las especies eucarísticas, si al pan le quito el gluten, puede que parezca lo mismo pero no lo es. El pan sin gluten sufre una modificación significativa que cambia su esencia convirtiéndolo en algo diferente.
No se trata de una norma obsoleta que vaya contra nadie. Ni mucho menos discriminatoria. El pan ha de ser pan y el vino, vino para que se de válidamente el sacramento. No es necesario recordar que por las palabras eucarísticas pronunciadas por un sacerdote válidamente ordenado sobre el pan y vino, estas se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor y con ello tenemos delante la gracia sin medida de la Presencia Real de Cristo en medio de la comunidad Cristiana.
Es posible comulgar bajo la otra especie. Con vino natural, no mosto, que aunque se le parezca no es vino. Estoy convencido que una pequeña cantidad no le hará ningún daño a un niño celiaco. No se está pidiendo que el menor se beba un litro de vino, cosa que sí sería perjudicial para su salud y además se incumpliría la ley de no dar alcohol a menores.
No saquemos las cosas de quicio. Me parece que la discusión surgida a raíz de este suceso tiene otras intenciones y no precisamente las más nobles, con tal de dejar a la Iglesia como retrógrada e injusta. Seamos sensatos. Si estuviésemos un poco más educados en la fe, estas cosas se arreglarían más fácilmente, sin crispaciones ni discusiones, como ha sucedido a lo largo de siglos de historia eclesiástica.