viernes, 14 de marzo de 2008

La misión de santificar el siglo

Los españoles están inmersos en estas últimas semanas en el proceso de la campaña electoral para las elecciones del próximo 9 de marzo. Escoger el candidato y conocer sus programas es una tarea que requiere responsabilidad y criterio. La gran mayoría de los jóvenes prefiere tomar una actitud apática e indiferente ante lo que sucede en la vida política del país. Los que ya no son tan jóvenes, tratan de asumir la responsabilidad pero muchas veces se dejan influenciar por el ambiente polémico que rodea este tipo acontecimientos, en fin, todos de alguna manera toman posición tratando de ser coherentes consigo mismos.

Hay que recordar que los cristianos estamos en el mundo con una misión específica ser luz, sal y fermento, de modo que “Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16), luz que no quiere imponerse por la fuerza, sino que presta su humilde servicio muchas veces sin hacerse notar siquiera. La responsabilidad del cristiano en el mundo presente es, por tanto, de capital importancia. No voy a entrar aquí en el tema de los criterios para tomar una decisión electoral adecuada, para eso os remito al documento de la Conferencia Episcopal Española que nos ha dado suficiente claridad al respecto. Nuestro objetivo va por otro camino, presentaros un canon del Código de Derecho Canónico tal vez desconocido para muchos de vosotros, pero que os animará a asumir con seriedad vuestro deber constitucional del voto.

El texto del canon 225 §2 dice: “Tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares.”

El §1 del canon dirá que este deber de los fieles cristianos laicos le viene “en virtud del bautismo y de la confirmación”, es decir, que no es un agregado a la vida de fe, sino que el deber de hacer presente en el mundo el espíritu evangélico forma parte integrante de su vida y misión, no como una táctica sociológica, sino como la forma específica de la vida de todo cristiano. Por tanto estar presente en el ámbito político, económico, científico, cultural es una tarea peculiar, propia, privativa de todos los laicos que vivimos en el mundo, pero sin ser del mundo.

Pero ¿de qué forma se debe realizar este “estar en el mundo”?: impregnando y perfeccionando el orden temporal. Las palabras tiene ya su propio peso específico, Impregnar quiere decir, según el diccionario, empapar, influir profundamente, no es sólo ofrecer un barniz que a duras penas cubra la superficie de la realidad impregnada. El cristiano debe también perfeccionar la vida del mundo. Dicha perfección tiene la medida dada por Cristo: “como es perfecto vuestro Padre del cielo”. Por tanto, un cristiano no puede ni debe vivir en el mundo de forma pasiva e indiferente, dichas actitudes van en contra de su misión más importante, llevar a los hombres a Cristo.

Ahora bien, ¿cómo se lleva a cabo este deber peculiar? El texto nos lo señala claramente “cada uno según su propia condición”. Los matrimonios, viviendo su vida conyugal según la voluntad de Dios es decir, siendo signo del amor de Cristo a su Iglesia. Recibiendo y educando a los hijos en la fe, formando los ciudadanos del mañana. Los solteros/as viviendo la propia vida laboral y profesional siendo testigos del amor de Dios a los hombres, sirviendo con generosidad y entrega en el ambiente laboral. Los jóvenes educándose con responsabilidad para formarse adecuadamente en el ambiente científico y cultural, siendo la alegría y la esperanza de un mundo mejor. Los acianos viviendo la madurez de la fe y trasmitiendo la experiencia que dan los años. Los investigadores, impregnando del verdadero humanismo las labores científicas, persiguiendo la verdad que nos hará libres. Resumiendo, viviendo en medio de las realidades diarias como lo haría Cristo, “amando a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Y muchos se preguntarán ¿qué tiene que ver todo esto con las próximas elecciones en España? Si tenemos el deber de impregnar y perfeccionar las realidades temporales, alguien que tiene que tomar la decisión de elegir a un candidato para que ocupe la presidencia del gobierno, lo hará con seriedad y responsabilidad, buscando en sus programas las propuestas que mejor defiendan el bien común y la verdadera justicia social. Pero también estamos llamados a impulsar y animar a aquellos fieles cristianos laicos, que se sienten llamados a intervenir en la vida política de su país y por que no, presentando su nombre y sus propuestas a la opinión pública. Estoy convencido que ahora más que nunca, se requieren políticos cristianos que estén dispuestos a ofrecer sus capacidades y conocimientos en un sector tan difícil pero a la vez tan influyente en la vida de una nación.