Siempre que llegan estas fechas afloran en nosotros los mejores deseos de felicidad y paz, pero no se hasta que punto somos concientes del verdadero valor de la fiesta que estamos a punto de celebrar. Creo que muchas veces sólo nos dejamos llevar por el ambiente festivo que nos rodea. Desafortunadamente los que viven de manipular los sentimientos a través del mal uso de los medios de comunicación, han sabido aprovecharse de las circusntancias para alimentar el deseo consumista de estas fechas. Pero no quiero convertirme en un revolucionario sin causa. Sólo quiero reflexionar sobre dos hechos importantes: Primero, no celebramos un cumpleaños, celebramos un acontecimiento y segundo, esta fecha busca que tomemos conciencia sobre el misterio de la Encarnación.
Mis lectores estarán enterados de que esta fecha no pretende ser los festejos del cumpleaños de Jesús, si se entiende así como un recuerdo de algo sucedido hace unos cuantos siglos. Baste decir que no conocemos con exactitud la fecha de naciemiento de Cristo. Nuestra mentalidad occidental, heredera de la escuela racionalista griega nos obliga a pensar que el tiempo pasado solo puede ser recuperado a través del recuerdo, que es una operación de la mente que rememora lo ya sucedido, pero los son ya inexistentes. Lo que la Iglesia quiere que hagamos al prepararnos a través del tiempo de Adviento y la Navidad es algo bien distinto.
La liturgia nos invitará a pasar del recuerdo al memorial. Esto es lo que el pueblo de Israel hace cuando celebra la pascua "memorial de nuestra salida de Egipto". Este "MEMORIAL" no es un mero recuerdo del acontecimiento salvífico (Dios abrio en dos parte el mar y pasaron a pie, salvándoles de las manos del Faraon, rey de Egipto) sino que reactualiza lo sucedido, que en términos cristianos es la gracia de la salvación. El memorial del naciemiento del Salvador es hacer presente la intención salvífica de Dios, que no se ha quedado indiferente ante el sufrimiento humano, sino que compadecido tiende una mano "para que te encuentre el que te busca".
Dios se ha hecho hombre. Este es el misterio. En Cristo, la divinidad ha asumido nuestra naturaleza, débil, necesitada, mortal. Asumió nuestra naturaleza realmente, se hizo hombre como nosotros y no aparentemente como decían algunos al inicio de la era cristiana. Ninguna religión puede entender este misterio, Dios que se hace hombre. Dios puede tomar figura de hombre, pero nunca se rebaja a tomar esta miserable condición mortal. Pero el cristianismo pone ante nuestros ojos a Dios mismo. Por tanto la divinidad tiene en Cristo un rostro cercano, un rostro de hombre.
Lo anterior nos pone ya en caminado de lo planteado como segundo aspecto de esta pequeña reflexión. ¿somos concientes del alcance el misterio de la encarnación en nuestra vida? Dios se encarna, se hace carne, mortal, como nosotros mismos. Pero su "kénosis" no se quedó en el pasado de haces dos siglos, sino que se actualiza en la vida de la Iglesia. Ella es la encarnación permanente de Cristo en la historia. El trabajo de la santidad será pues configurarnos cada vez más con Cristo, para que su rostro humano resplandezca en nuestro siglo. Volver a Cristo secular, en este tiempo, es el trabajo de la Iglesia, que camina al lado de los hombres "entre luces y sombras". Que los hombres decubran en el rostro mortal de la Iglesia la cara amorosa de Dios, Inmortal.
Mis deseos para todos los amables lectores se resumen en esto mismo, que los hombres que nos vean, que entren en contacto con nosotros, vean a Cristo, que ama hasta la locura a cada hombre y mujer de nuestro tiempo. Dios no se queda indeferente ante los sufrimientos de la historia, Dios se encarna cada día para nosotros en el Misterio Eucarísitico. Feliz Navidad
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