Los tiempos actuales apremian a los cristianos a revisar las concepciones sobre el matrimonio cristiano. No para cambiar sus fundamentos teológicos sino para revivir las verdades que desde siempre ha defendido la Iglesia con el fin de dar sentido a la realidad conyugal, que desde siempre ha existido. La crisis actual que atraviesa el matrimonio y la familia fue muy bien definida por el Papa Juan Pablo II en el discurso ala Rota Romana del 1 de febrero de 2001, en aquella ocasión el pontífice decía: “Uno de los desafíos más arduos que afronta hoy la Iglesia es el de una difundida cultura individualista que, como ha dicho muy bien monseñor decano, tiende a circunscribir y confinar el matrimonio y la familia al ámbito privado”.
¿Cuáles son las consecuencias de dicha privatización? Que cada persona puede configurar a su acomodo lo que piensa que es un matrimonio: facilidad de disolución, exclusión de los hijos, intereses personales. La finalidad del matrimonio en el panorama actual podría definirse como la búsqueda de la satisfacción afectiva sin tener en cuenta la necesidad de entregarse. La peor crisis del matrimonio radica en esto, cuando los conyugues no están preparados para amar a la otra persona por encima de sí mismo.
Una de las mejores definiciones de matrimonio la encontramos en el Código de Derecho canónico que repite la que dio el Concilio Vaticano II en la Constitución Gauden et Spes. Leamos el texto del Código, canon 1055 P1. “La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”. Sobre este canon se han escrito bibliotecas enteras porque el legislador ha condensado es pocas frases toda al teología al respecto. Sería muy largo de comentar este canon en tan pocas líneas por lo que me limitaré a subrayar brevemente algunas cosas. Un detalle curioso antes de entrar en materia, en el código de 1917 no contenía ninguna definición del matrimonio. En aquella época no era necesario, todos lo tenían bien claro, la sociedad de la época no dudaba en qué consistía el matrimonio, parece que ahora si lo necesitamos.
El matrimonio es definido por el legislador primeramente como una ALIANZA, quedan atrás la viejas discusiones sobre si es un contrato o una institución y el legislador recurre a una palabra muy bíblica además que expresa muy bien los que significa el matrimonio cristiano. Una alianza implica la unión de dos voluntades libres para un mismo fin. Lo primero que hay que subraya es la necesidad de la libre voluntad y otra cosa más al respecto, la voluntad interna debe coincidir con la manifestación externa de dicha voluntad. Sucede muy a menudo en nuestra condición humana, que simulamos, no siempre las cosas que queremos son las que decimos. Si el matrimonio lo constituye el consentimiento matrimonial, es decir la expresión pública de un deseo interno, entonces esta idea de la alianza resulta iluminadora para entender esta realidad natural.
Ahora veamos los elementos esenciales:
- consorcio para toda la vida
- entre un hombre y una mujer
- ordenado por su índole natural para: el bien de los cónyuges yla generación y educación de lo hijos
Solo voy a detenerme un momento en los fines del matrimonio, para que nos quede claro que no se puede cargar las tintas en ninguno de los dos por separado, la finalidad del matrimonio no es solamente la procreación, como se ha señalado con insistencia para contradecir la separación entre sexualidad y procreación. El matrimonio tiende también a propiciar el bien de los esposos. Habría que definir en qué cosiste este BIEN del que habla el canon. Baste con decir que el bien al que tiende todo cristiano es la unión con el creador, es decir la salvación traída por el misterio pascual de Cristo. Los esposos, a través de la alianza nupcial se unen al misterio de Cristo a través del amor conyugal a través de la cual se entregan y se reciben el uno al otro a la medida del don de la gracia, es decir amándose cono Cristo ha amado a la Iglesia, “hasta el extremo” Pero no olvidemos que el siguiente fin del matrimonio es la GENERACIÓN y EDUCACIÓN de los hijos. A los novios en el día de su boda, el ministro de la iglesia les pregunta en el interrogatorio previo al consentimiento “estáis dispuesto a recibir generosamente los hijos y a educarlos según la ley de Dios y de la Iglesia”. Esta generosidad de los esposos debe incluir también la responsabilidad, aquella que Pablo VI llamó tan sabiamente “paternidad responsable”, pero este no es el momento de hablar de ello. Solo decir que el matrimonio cristiano hace presente en el mundo el amor generoso y desinteresado que Cristo tiene por la humanidad entera, que se entrega a cada ser humano sin medida ni reserva, sin esperar nada a cambio.
Para concluir nada mejor que unas palabras de Juan Pablo II en el discurso a la Rota Romana ya citado, no se me ocurre una mejor forma para acabar este artículo: “Bastará recordar que tampoco el matrimonio escapa a la lógica de la cruz de Cristo, que ciertamente exige esfuerzo y sacrificio e implica también dolor y sufrimiento, pero no impide, en la aceptación de la voluntad de Dios, una plena y auténtica realización personal, en paz y con serenidad de espíritu”.
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