lunes, 4 de julio de 2011

La misión

Un cristiano bien ubicado ya se ha dado cuenta que la situación en la que vive el mundo moderno es realmente preocupante. Las predicciones sobre el fin del mundo causan a muchos algo de miedo, pero no se dan cuenta que el mundo se nos está acabando a trozos, las personas que nos rodean van corriendo por la vida en busca de la felicidad, fácil y rápida, satisfacción que cueste poco y que dure lo que dure. Una sociedad que elimina todo lo que suene a compromiso,  sufrimiento, vejez, limitación. Ante este panorama el anuncio de la Cruz de Cristo es mucho menos que ridículo: alguien que carga con la injusticia, que calla ante los insultos y que pide una serie comportamientos que implican amar más allá del pacer, este estilo de vida no es nada atrayente. Queridos hermanos, estamos ante un reto realmente grande, que exige que desempolvemos la nueva evangelización que el Beato Juan Pablo II protagonizo en los lugares a donde fue y digo desempolvar porque mucho se ha hablado de ello, pero pocos sabemos en qué consiste (gracias a Dios el Papa Benedicto XVI ha dedicado el próximo sínodo a este tema).
El mundo necesita con urgencia hombres y mujeres capaces de hacer cercano el Evangelio. Se necesitan hombres con una experiencia real de Cristo que lo hagan presente en medio de la desolación en la que viven las personas que nos rodean. Nueva Evangelización, que arranque a los hombres de las garras de la muerte. Animémonos a participar...

Por culpa de la pereza

Hay que confesar que mi blog está abandonado porque la pereza me ha impedido actualizarlo, pero el ejercico de leer y escribir me ayudara a brindar algunas buenas entradas...animo....

viernes, 30 de enero de 2009

Discurso del Papa a la Rota Romana


Ilustres Jueces, Oficiales y colaboradores del Tribunal de la Rota Romana


La solemne inauguración de la actividad judicial de vuestro Tribunal me ofrece este año la alegría de recibir a sus dignos componentes: a Monseñor Decano, a quien agradezco el noble discurso de saludo, al Colegio de los Prelados Auditores, a los Oficiales del Tribunal y a los Abogados del Estudio Rotal. A todos dirijo mi cordial saludo, junto con la expresión de mi aprecio por las importantes tareas que atendéis como fieles colaboradores del Papa y de la Santa Sede.

Vosotros esperáis del Papa, al inicio de vuestro año de trabajo, una palabra que os sea de luz y orientación en el desempeño de vuestras delicadas tareas. Podrían ser muchos los argumentos en los que entretenernos en esta circunstancia, pero a veinte años de distancia de las alocuciones de Juan Pablo II sobre la incapacidad psíquica en las causas de nulidad matrimonial, del 5 de febrero de 1987 (AAS 79 [1987], pp. 1453-1459) y del 25 de enero de 1988 (AAS 80 [1988], pp. 1178-1185), parece oportuno preguntarse en qué medida estas intervenciones han tenido una recepción adecuada en los tribunales eclesiásticos. No es este e momento de hacer balance, pero está a la vista de todos el dato de hecho de un problema que sigue siendo de gran actualidad. En algunos casos se puede advertir por desgracia aún viva la exigencia de la que hablaba mi venerado Predecesor: la de preservar a la comunidad eclesial “del escándalo de ver en la práctica destruido en valor del matrimonio cristiano con la multiplicación exagerada y casi automática de las declaraciones de nulidad, en caso de fracaso del matrimonio, bajo el pretexto de una cierta inmadurez o debilidad psíquica del contrayente” (Alocución a la Rota Romana, 5.2.1987, cit., n. 9, p. 1458).

En nuestro encuentro de hoy me urge llamar la atención de los operadores del derecho sobre la exigencia de tratar las causas con la debida profundidad que exige el ministerio de la verdad y de la caridad que es propio de la Rota Romana. A la exigencia del rigor procedimental, de hecho, las alocuciones mencionadas anteriormente, en base a los principios de la antropología cristiana, proporcionan los criterios de fondo, no sólo para el cribado de los informes psiquiátricos y psicológicos, sino también para la misma definición judicial de las causas. AL respecto, es oportuno recordar de nuevo algunas distinciones que trazan la línea de demarcación ante todo entre “una madurez psíquica que sería el punto de llegada del desarrollo humano”, y la “madurez canónica, que en cambio es el punto mínimo de partida para la validez del matrimonio” (ibid., n. 6, p. 1457); en segundo lugar, entre incapacidad y dificultad, en cuanto “sólo la incapacidad, y no ya la dificultad en prestar el consentimiento y a realizar una verdadera comunidad de vida y de amor, hace nulo el matrimonio” (ibid., n. 7, p. 1457); en tercer lugar, entre la dimensión canónica de la normalidad, que inspirándose en la visión íntegra de la persona humana, “comprende también moderadas formas de dificultad psicológica”, y la dimensión clínica que excluye del concepto de la misma toda limitación de madurez y “toda forma de psicopatología” (Alocución a la Rota Romana, 25.1.1988, cit., n. 5, p. 1181); finalmente, entre la “capacidad mínima, suficiente para un consenso válido”, y la capacidad idealizada de una plena madurez en orden a una vida conyugal feliz” (ibid., n. 9, p. 1183).

Atendiendo a la implicación de las facultades intelectivas y volitivas en la formación del consenso matrimonial, el Papa Juan Pablo II, en la mencionada intervención del 5 de febrero de 1987, reafirmaba el principio según el cual una verdadera capacidad “es hipotizable sólo en presencia de una forma seria de anomalía que, se la defina como se la defina, debe afectar sustancialmente a las capacidades de entender y/o querer” (Alocución a la Rota Romana, cit., n. 7, p. 1457). Al respecto parece oportuno recordar que la norma jurídica sobre la capacidad psíquica en su aspecto aplicacional ha sido enriquecida e integrada también por la reciente Instrucción Dignitas connubii del 25 de enero de 2005. Esta, de hecho, para comprobar dicha incapacidad requiere, ya en el tiempo del matrimonio, la presencia de una particular anomalía psíquica (art. 209, § 1) que perturbe gravemente el uso de la razón (art. 209, § 2, n. 1; can. 1095, n. 1), o la facultad crítica y electiva en relación a decisiones graves, particularmente por cuanto se refiere a la libre elección del estado de vida (art. 209, § 2, n. 2; can. 1095, n. 2), o que provoque en el contrayente no sólo una dificultad grave, sino también la imposibilidad de hacer frente a los deberes inherentes a las obligaciones esenciales del matrimonio (art. 209, § 2, n. 3; can. 1095, n. 3).

Es esta ocasión, con todo, quisiera reconsiderar el tema de la incapacidad de contraer matrimonio, en la que el canon 1095, a la luz de la relación entre la persona humana y el matrimonio, y recordar algunos principios fundamentales que deben iluminar a los agentes del derecho. Es necesario ante todo redescubrir en positivo la capacidad que en principio toda persona humana tiene de casarse en virtud de su misma naturaleza de hombre o de mujer. Corremos de hecho el riesgo de caer en un pesimismo antropológico que, a la luz de la situación cultural actual, considera casi imposible casarse. Aparte del hecho de que esta situación no es uniforme en las diferentes regiones del mundo, no se pueden confundir con la verdadera incapacidad consensual las dificultades reales en que muchos se encuentran especialmente los jóvenes, llegando a admitir que la unión matrimonial sea impensable e impracticable. Al contrario, la reafirmación de la capacidad innata humana al matrimonio es precisamente el punto de partida para ayudar a las parejas a descubrir la realidad natural del matrimonio y la relevancia que tiene en el plano de la salvación. Lo que en definitiva está en juego es la misma verdad sobre el matrimonio y sobre su intrínseca naturaleza jurídica (cfr Benedicto XVI, Alocución a la Rota Romana, 27.1.2007, AAS 99 [2007], pp. 86-91), presupuesto imprescindible para poder aprehender y valorar la capacidad necesaria para casarse.

En este sentido, la capacidad debe ser puesta en relación con lo que es esencialmente el matrimonio, es decir, “la comunión íntima de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y estructurada con leyes propias” (Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 48), y, de modo particular, con las obligaciones esenciales inherentes a ella, que deben asumir los esposos (can. 1095, n. 3). Esta capacidad no se mide en relación a un determinado grado de realización existencial o efectiva de ña unión conyugal mediante el cumplimiento de las obligaciones esenciales, sino en relación al querer eficaz de cada uno de los contrayentes, que hace posible y operante esta realización ya desde el momento del pacto nupcial. El discurso sobre la capacidad o incapacidad, por tanto, tiene sentido en la medida en que se refiere al acto mismo de contraer matrimonio, ya que el vínculo creado por la voluntad de los esposos constituye la realidad jurídica del una caro bíblica (Gn 2, 24; Mc 10, 8; Ef 5, 31; cfr can. 1061, § 1), cuya subsistencia válida no depende del comportamiento sucesivo de los cónyuges a lo largo de la vida matrimonial. De lo contrario, en la óptica reduccionista que desconoce la verdad sobre el matrimonio, la realización efectiva de una verdadera comunión de vida y de amor, idealizada en el plano del bienestar humano, se convierte en esencialmente dependiente sólo de factores accidentales, y no al ejercicio de la libertad humana apoada por la gracia. Es verdad que esta libertad de la naturaleza humana , “herida en sus propias fuerzas naturales” e “inclinada al pecado” (Catechismo della Chiesa Cattolica, n. 405), es limitada e imperfecta, pero no por ello deja de ser auténtica y suficiente para realizar ese acto de autodeterminación de los contrayentes que es el pacto conyugal, que da vida al matrimonio y a la familia fundada en él.
Obviamente algunas corrientes antropológicas “humanistas”, orientadas a la autorrealización y a la autotrascendencia egocéntrica, idealizan de tal forma la persona humana y el matrimonio que acaban por negar la capacidad psíquica de muchas personas, fundándola en elementos que no corresponden a las exigencias esenciales del vínculo conyugal. Ante estas concepciones, los expertos del derecho eclesial no pueden no tener en cuenta el sano realismo al que hacía referencia mi venerado Predecesor (cfr Juan Pablo II, Alocución a la Rota Romana, 27.1.1997, n. 4, AAS 89 [1997], p. 488), porque la capacidad hace referencia al mínimo necesario para que los novios puedan entregar sy ser de persona masculina y femenina para fundar ese vínculo al que está llamado la gran mayoría de los seres humanos. De ahí sigue que las causas de nulidad por incapacidad psíquica exigen, en línea de principio, que el juez se sirva de la ayuda de peritos para asegurarse de la existencia de una verdadera incapacidad (can. 1680; art. 203, § 1, DC), que es siempre una excepción al principio natural de la capacidad para comprender, decidir y realizar la donación de sí mismos de la que nace el vínculo conyugal.

Esto es lo que, venerados componentes del Tribunal de la Rota Romana, deseaba exponeros en esta circunstancia solemne a mi siempre tan grata. Al exhortaros a perseverar con alta conciencia cristiana en el ejercicio de vuestro oficio, cuya grande importancia para la vida de la Iglesia emerge también de las cosas que os he dicho, os auguro que el Señor os acompañe siempre en vuestro delicado trabajo con la luz de su gracia, de la que quiere ser prenda la Bendición Apostólica, que os imparto a cada uno con profundo afecto.

viernes, 2 de enero de 2009

Notas Canónicas: PARA NUEVOS PROBLEMAS, NUEVAS SOLUCIONES

http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20081208_dignitas-personae_sp.html

PARA NUEVOS PROBLEMAS, NUEVAS SOLUCIONES

La ciencia genética avanza a pasos agigantados, muchos laboratorios y universidades se concetran en dar soluciones a los grandes problemas de la humanidad: enfermedad, sufrimiento y muerte. Lo malo es que Montesqueur se ha vuelto a poner de moda, EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS, nada más opresor que esta teoría. Los científicos gastan sus energías y su habilidad buscando ofrecer mejor "bienestar", el producto de moda en nuestra sociedad, lo que no se dice es que no importa el precio que se pague para ello.

Recientemente la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado la Instrucción Dignitas Personae, referente a algunas cuestiones de bioética, ha puesto de nuevo el dedo en una llaga muy dolorosa. Destrás del desarrollo científico (necesario y bueno) se esconde un verdadero desastre; la pérdida de muchas vidas humanas en la estapa mas vulnerable. No es mi intención satanizar todas las investigaciones, pero si hacer un llamado de atención a la conciencia de los científicos para que busquen nuevas maneras de hacer su trabajo sin lesionar vidas humanas.

El fin nunca justifica los medios. Matar a alguien nunca tiene justificación. Utilizar a personas como medicamento para otras nunca tiene justificación, congelar embriones para su posterior uso nunca tiene justificación. Eliminar personas solo por hecho que no son totalmente sanas no tiene justificación. Nada que vulnere el derecho a la vida en cualquier etapa de su desarrollo jamás tendrá justificación alguna.

La ciencia canónica debe tomar cartas en el asunto. Los cristianos necesitan criterios claros que les ayude a vivir su fe en medio de un mundo compicado y no muchas veces claro. Desarrollar una legislación que como el caso del aborto, ofrezca la posibilidad de plantearse a nivel de la conciencia la bondad de algunas prácticas homicidas.

Para los que quieran tener mas información sobre estos temas les recomiendo la lectura de la ya mencionada Instrucción, y para que no tengáis disculpa de no encontrarla, en este blog la podréis encontrar. Feliz año para todos.

lunes, 31 de marzo de 2008

LAS ESPECIES EUCARISTICAS

“La Iglesia vive de la Eucaristía” este sacramento, como dice el Concilio, es el centro y culmen de la vida cristiana, por ello a lo largo de los siglos ha tenido la máxima protección contra los posibles abusos que se han intentado introducir. No es nuevo el problema de con qué especie de pan puede celebrarse. Durante un buen tiempo en ciertos países latinoamericanos se celebraba la eucaristía con pan de maíz, argumentando que la cultura de la zona utilizaba más este tipo de alimento y así la liturgia se adaptaba más a la realidad de los pueblos. La Iglesia respondió con claridad, no es posible cambiar la composición de la especie eucarística. Pero no es una “intransigencia”, sino que responde a un hecho querido por el Señor que la Iglesia no se siente autorizada a modificar. En la última cena, el Señor tomó pan y no cualquiera, es el pan que Dios en el éxodo mandó a su pueblo que comiese, junto al cordero, para celebrar la Pascua, el memoria de la salida de Egipto. (Ex 12,8). En la noche del Jueves Santo, Jesús da este signo hebreo una nueva significación: este pan ya no será para vosotros el recuerdo de la salida de Egipto, este pan es mi cuerpo que se entrega por vosotros.
Como os podéis dar cuenta, no se trata sólo de un elemento sin importancia, que puede ser cambiado a nuestro antojo ni siquiera por graves razones como las que defiende la madre del niño de Huesca, que ha salido en los medios de comunicación a descalificar a la Iglesia de “intransigente” porque el párroco no pueda quitarle el gluten al pan para que su hijo celiaco pueda hacer la comunión bajo esta especie.

Para que el sacramento se realice válidamente se requiere que las especies tengan unas ciertas características recogidas en el canon 924 del Código de Derecho Canónico que dice:

924 §1 El sacrosanto Sacrificio eucarístico se DEBE ofrecer con PAN y VINO, al cual se ha de mezclar un poco de agua.
§2 El pan HA DE SER EXCLUSIVAMENTE de TRIGO y hecho recientemente, de manera que no haya ningún peligro de corrupción.
§3 El vino DEBE SER natural, del fruto de la vid y no corrompido.

Cuando una cosa cualquiera sufre una modificación, por pequeña que sea, deja de ser eso para convertirse en otra diferente, aunque se le parezca. Si al agua, elemento natural del que todos conocemos sus propiedades, le agrego azúcar, el agua deja de ser natural y aunque parezca la misma ya no lo es. Lo mismo sucede con las especies eucarísticas, si al pan le quito el gluten, puede que parezca lo mismo pero no lo es. El pan sin gluten sufre una modificación significativa que cambia su esencia convirtiéndolo en algo diferente.

No se trata de una norma obsoleta que vaya contra nadie. Ni mucho menos discriminatoria. El pan ha de ser pan y el vino, vino para que se de válidamente el sacramento. No es necesario recordar que por las palabras eucarísticas pronunciadas por un sacerdote válidamente ordenado sobre el pan y vino, estas se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor y con ello tenemos delante la gracia sin medida de la Presencia Real de Cristo en medio de la comunidad Cristiana.

Es posible comulgar bajo la otra especie. Con vino natural, no mosto, que aunque se le parezca no es vino. Estoy convencido que una pequeña cantidad no le hará ningún daño a un niño celiaco. No se está pidiendo que el menor se beba un litro de vino, cosa que sí sería perjudicial para su salud y además se incumpliría la ley de no dar alcohol a menores.

No saquemos las cosas de quicio. Me parece que la discusión surgida a raíz de este suceso tiene otras intenciones y no precisamente las más nobles, con tal de dejar a la Iglesia como retrógrada e injusta. Seamos sensatos. Si estuviésemos un poco más educados en la fe, estas cosas se arreglarían más fácilmente, sin crispaciones ni discusiones, como ha sucedido a lo largo de siglos de historia eclesiástica.

viernes, 14 de marzo de 2008

La misión de santificar el siglo

Los españoles están inmersos en estas últimas semanas en el proceso de la campaña electoral para las elecciones del próximo 9 de marzo. Escoger el candidato y conocer sus programas es una tarea que requiere responsabilidad y criterio. La gran mayoría de los jóvenes prefiere tomar una actitud apática e indiferente ante lo que sucede en la vida política del país. Los que ya no son tan jóvenes, tratan de asumir la responsabilidad pero muchas veces se dejan influenciar por el ambiente polémico que rodea este tipo acontecimientos, en fin, todos de alguna manera toman posición tratando de ser coherentes consigo mismos.

Hay que recordar que los cristianos estamos en el mundo con una misión específica ser luz, sal y fermento, de modo que “Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16), luz que no quiere imponerse por la fuerza, sino que presta su humilde servicio muchas veces sin hacerse notar siquiera. La responsabilidad del cristiano en el mundo presente es, por tanto, de capital importancia. No voy a entrar aquí en el tema de los criterios para tomar una decisión electoral adecuada, para eso os remito al documento de la Conferencia Episcopal Española que nos ha dado suficiente claridad al respecto. Nuestro objetivo va por otro camino, presentaros un canon del Código de Derecho Canónico tal vez desconocido para muchos de vosotros, pero que os animará a asumir con seriedad vuestro deber constitucional del voto.

El texto del canon 225 §2 dice: “Tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares.”

El §1 del canon dirá que este deber de los fieles cristianos laicos le viene “en virtud del bautismo y de la confirmación”, es decir, que no es un agregado a la vida de fe, sino que el deber de hacer presente en el mundo el espíritu evangélico forma parte integrante de su vida y misión, no como una táctica sociológica, sino como la forma específica de la vida de todo cristiano. Por tanto estar presente en el ámbito político, económico, científico, cultural es una tarea peculiar, propia, privativa de todos los laicos que vivimos en el mundo, pero sin ser del mundo.

Pero ¿de qué forma se debe realizar este “estar en el mundo”?: impregnando y perfeccionando el orden temporal. Las palabras tiene ya su propio peso específico, Impregnar quiere decir, según el diccionario, empapar, influir profundamente, no es sólo ofrecer un barniz que a duras penas cubra la superficie de la realidad impregnada. El cristiano debe también perfeccionar la vida del mundo. Dicha perfección tiene la medida dada por Cristo: “como es perfecto vuestro Padre del cielo”. Por tanto, un cristiano no puede ni debe vivir en el mundo de forma pasiva e indiferente, dichas actitudes van en contra de su misión más importante, llevar a los hombres a Cristo.

Ahora bien, ¿cómo se lleva a cabo este deber peculiar? El texto nos lo señala claramente “cada uno según su propia condición”. Los matrimonios, viviendo su vida conyugal según la voluntad de Dios es decir, siendo signo del amor de Cristo a su Iglesia. Recibiendo y educando a los hijos en la fe, formando los ciudadanos del mañana. Los solteros/as viviendo la propia vida laboral y profesional siendo testigos del amor de Dios a los hombres, sirviendo con generosidad y entrega en el ambiente laboral. Los jóvenes educándose con responsabilidad para formarse adecuadamente en el ambiente científico y cultural, siendo la alegría y la esperanza de un mundo mejor. Los acianos viviendo la madurez de la fe y trasmitiendo la experiencia que dan los años. Los investigadores, impregnando del verdadero humanismo las labores científicas, persiguiendo la verdad que nos hará libres. Resumiendo, viviendo en medio de las realidades diarias como lo haría Cristo, “amando a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Y muchos se preguntarán ¿qué tiene que ver todo esto con las próximas elecciones en España? Si tenemos el deber de impregnar y perfeccionar las realidades temporales, alguien que tiene que tomar la decisión de elegir a un candidato para que ocupe la presidencia del gobierno, lo hará con seriedad y responsabilidad, buscando en sus programas las propuestas que mejor defiendan el bien común y la verdadera justicia social. Pero también estamos llamados a impulsar y animar a aquellos fieles cristianos laicos, que se sienten llamados a intervenir en la vida política de su país y por que no, presentando su nombre y sus propuestas a la opinión pública. Estoy convencido que ahora más que nunca, se requieren políticos cristianos que estén dispuestos a ofrecer sus capacidades y conocimientos en un sector tan difícil pero a la vez tan influyente en la vida de una nación.