jueves, 14 de diciembre de 2006

Un Maestro


Asistí a un curso de actualización sobre jurisprudencia rotal que ofrecía el Tribunal Eclesiástico de Valencia. Tres conferenciantes eran los encargados de exponer temas de interés general. Entre los expositores se encontraba mi maestro. Sin hacer comparaciones, que son del todo odiosas, mi maestro destacaba entre el panorama académico de aquel día. No es lo mismo aprenderse bien un libreto a hablar con propiedad. Esa fue la sensansión que me dió al escuchar atentamente las exposiciones. Un maestro se reconoce inmediatamente.
Conocí a mi maestro hace ya mas tres años, cuando impartía una clase sobre la Normas Generales, que es el Libro I del Código. Todos está de acuerdo que la materia tratada en dicho libro es algo árida, por no decir cansona y aburrida, pero mi maestro la daba con tanta genialidad que animaba al estudio de esos mas de doscientos cánones, como si fueran los mejores de la legislación vigente. Logró interesarme en una materia que no me gustaba en absoluto. Ese es un maestro, el que logra interesar a su auditorio en asuntos que no son de su interés.

Un maestro no es aquel que sabe el contenido de su especialidad y basta, nada más lejos que eso. Un maestro es aquel que entrega su vida en la trasmisión de la verdad. No se puede hablar de la docencia sin hacer referencia a la verdad. Un maestro de verdad es aquel que no solo describe la verdad, sino que la vive. Aquí se encuentra la diferencia. No es lo miso hablar de algo que para nada nos pertenece a hablar de algo que forma parte vital de nuestra existencia.

Mi maestro es un genio de la cononística, pone tanta pasión en cada tema que da la impresión que es el único y mejor tema nunca visto. Mi maestro entrega su vida en cada clase y su preocupación constante está en que todos aprovechemos lo mejor posible para que mañana, seamos capaces de entregar la vida igual que él.

Un didáscalo, un maestro, es alguien que sabe y que vive, las dos cosas deben estar íntimamente unidas, porque o si no se convierte en un instructor. Mi maestro sabe y vive y por eso interesa tanto su conversación porque la verdad adquiere en su labios una característica difente, se torna accesible: mi maestro es tan genial que logra hacer fácil lo dificil.

Cristo encomendó a la Iglesia tres funciones: Santificar, Regir y Enseñar, tres tareas que son trascendentales para que se cumpla su misión, son inseparables e insustituibles.

Pero la que me interesa es la función de Enseñar, en los apuntes sobre el tema mi maestro dice: "La importancia de la Función de Enseñar se deduce del lugar que ocupa la evangelización, la Palabra, en la realidad de la Iglesia y en especial en la misión de la misma". (Ignacio Pérez de Heredia)

La Iglesia se construye a través de la vida sacramental y de la escucha de la Palabra, sin estos elementos no puede haber Iglesia de Cristo, Ahora entederéis porque es tan importante la función de enseñar. Porque a través de la Palabra, la catequesis, la docencia, se trasmite la fe, se trasmite a Cristo. Cuando se enseña en la Iglesia se introduce a la persona en el Misterio de Cristo, Misterio que tiene carácter salváifico y que trasbasa los límites de la realidad humana introduciéndonos en la dinámica celestial.

En la Iglesia enseñar se parece a alguien que abre una ventana y contempla un maravilloso paisaje, la sóla contemplación ya produce un efecto en el alma del observador, la paz que produce la contemplación de la veradad (que en nuestro caso esta crucificada), después de dicha contemplación el experto en cosas divinas te da claves de interpretación de aquello que ves y de ahí en adelante serás tu quien experimente por tus propios medios el acceso a la verdad.

Por eso hay que tener mucha suerte para encontrar a la persona adecuada para que te enseñe el paisaje, no sea que te fuercen a observar lo que no tiene importancia. Que suerte he tenido en encontrar a mi maestro, porque a través de él he podido contemplar al MAESTRO que es el CAMINO, la VERDAD y la VIDA. Gracias Don Ignacio.

2 comentarios:

Dimas dijo...

Cuanto recuerdo Valencia, durante tres años iva cada mes por motivos laborales, me encantaba despues de asistir a la Santa Misa , pasear por las calles de la ciudad antigua, un dia llegué a San Juan del Hospital y me enamorá de esa iglesia.

Un saludo desde Zaragoza

Orlando Díaz Márquez dijo...

Si, no hay que negarlo, Valencia enamora, inspira, alienta. Caminar por las calles del centro es retornar a un pasdo lejano que habla de muchas cosas. Que la Mare de Deu te acompañe.